La Iglesia Católica en Nicaragua está bajo asalto y la libertad religiosa no está garantizada. Pese a esto, los líderes de la Iglesia han tardado en reaccionar. Hasta ahora, este silencio ha recrudecido la opresión del régimen. Es hora de un enfoque diferente y apremiante.

Desde 2018, cuando las protestas lideradas por estudiantes estallaron contra el régimen de Nicaragua y cientos fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad pública, los nocivos co-dictadores Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, -OrMu en la lengua vernácula local- han estado en una cruzada para cooptar o pulverizar todas las instituciones independientes. El régimen busca centralizar el poder y reducir los vestigios de la oposición viable, mientras se radicalizan y aumentan todavía más la represión. La democracia se ha ido; Nicaragua se ha convertido en un brutal infractor de los derechos humanos a nivel nacional y en un estado paria a nivel internacional.

El país no es ajeno a la opresión y el abuso de derechos humanos, tanto de izquierda como de derecha. A través de los años, su aguerrido pueblo ha sufrido y soportado persecución política, pobreza extrema y falta de oportunidades económicas, mientras un gobierno tras otro ha caído presa de la ambición ideológica, el oportunismo, la corrupción infinita y la incompetencia. En tales condiciones, la comunidad de fe ha sido una fuente importante de esperanza. Los líderes de la Iglesia Católica, especialmente, han desempeñado un papel extraordinario en la mediación de protestas cívicas y conflictos, trabajando contrarreloj para frenar los peores excesos de las élites gobernantes. La Iglesia es la única institución que continúa manteniendo la credibilidad y un activo apoyo popular.

OrMu sabe esto, y la Iglesia ahora se encuentra como el blanco principal de una feroz campaña contra sus líderes, servidores laicos, feligreses e incluso sus parroquias. Desde las protestas estudiantiles se han registrado más de 400 incidentes separados perpetrados por la tiranía. El Nuncio Papal, Monseñor Waldemar Sommertag, una voz de consenso y diálogo, fue expulsado sin mayores reparos de Nicaragua. Hasta finales de febrero de 2023, unos 21 lideres de la Iglesia nicaragüense (sacerdotes, seminaristas e incluso obispos) han sido despojados ilegalmente de su ciudadanía, exiliados o encarcelados. Es una campaña de intimidación extraordinaria y sin precedentes.

Los abusos continúan en tiempo real. Aunque gran parte del mundo celebró la inesperada excarcelación de más de 220 presos políticos confinados en la cárcel El Chipote, muchos de ellos con cargos falsos o ninguna acusación creíble, Monseñor Rolando Álvarez, Obispo de la Diócesis de Matagalpa, se negó a aceptar el exilio, eligiendo permanecer en Nicaragua. Por su valiente sacrificio, el régimen lo sentenció a más de 26 años en la prisión de máxima seguridad “El Infiernillo”, ubicado en el Penitenciario La Modelo. ¿Su crimen? atreverse a hablar con la verdad durante sus homilías y condenar los abusos del poder.

No es que algo de esto sea un secreto. El año pasado Estados Unidos agregó a Nicaragua a la lista negra de países que violan la libertad religiosa. El Secretario de Estado Antony Blinken dijo en ese momento que tales violaciones siembran división, socavan la seguridad económica y amenazan la estabilidad política y la paz. Tiene razón, y Washington ha tomado medidas limitadas para mostrar su molestar ante los abusos y violaciones a los derechos humanos en curso en Nicaragua y la falta de libertad religiosa. La administración ha sancionado a varios funcionarios del régimen y ha suspendido algunos beneficios comerciales unilaterales (aunque la dictadura continúa disfrutando de los privilegios del libre comercio con los Estados Unidos). Ignominiosamente, Nicaragua también ha aterrizado en la lista de los 50 países donde es más difícil seguir a Jesús, publicada por Christianity Today. En este informe se destaca la situación tanto de católicos como evangélicos protestantes, quienes han estado creciendo rápidamente en América Central y en otras partes de América Latina, mediante un enfoque basado en la renovación espiritual y la satisfacción de las necesidades humanas.

El Papa Francisco y la Iglesia Católica en general, incluidos sus representantes en Estados Unidos, finalmente podrían estar tomando nota de lo que pasa en Nicaragua. En diciembre pasado, el Sumo Pontífice defendió el diálogo y la diplomacia, instando a ejercitar la paciencia. Más recientemente, habló en febrero sobre el Obispo Álvarez y dijo que las noticias de Nicaragua lo han entristecido “no un poco”. Sus palabras tuvieron un impacto inmediato, generando una ola de mensajes y comunicados de líderes de la iglesia y conferencias episcopales en los Estados Unidos, Europa y en América Latina. Ortega reaccionó con insultos y calumnias, y no por primera vez, llamando a la Iglesia Católica, irónicamente y sin autoconciencia, una mafia y una dictadura perfecta. Es un patrón de abuso verbal de larga data: Ortega ha llamado a los líderes de la iglesia: terroristas, delincuentes y demonios.

La reacción vociferante del régimen ha demostrado que la voz del Papa es poderosa y efectiva. La pregunta es, ¿será esta una reflexión única, o el comienzo de lo que se requiere, que es un esfuerzo sostenido y sistemático de los fieles para abordar la crisis en Nicaragua?

No se puede ignorar el contraste de la situación actual, con los esfuerzos de la Iglesia durante las décadas de 1970 y 1980 en la lucha contra las dictaduras de derecha en América Central. Hace una generación, los jerarcas de la Iglesia denunciaban continuamente los abusos cometidos en Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras y otros lugares. Cuando líderes como el Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, junto a monjas y laicos fueron asesinados y atacados, la Iglesia y sus diversos órganos encabezaron una campaña incesante para condenar la opresión y exigir justicia. No se pensó en un diálogo inconsistente, diplomacia sin Nuncio o paciencia mientras la crisis se aceleraba. No.

La dictadura de OrMu, sin embargo, surge de la izquierda política y como tal ha recibido un ligero toque del Vaticano en consonancia con el enfoque mantenido por el primer Papa argentino hacia Cuba, Venezuela, Bolivia y otros gobiernos autoritarios de izquierda en América Latina. Pero esta no es la izquierda de una época anterior. Más bien, esos países ahora se han vuelto irreconocibles y grotescos, dirigidos por autócratas brutales e inflexibles, con nuevas y poderosas herramientas para la comunicación y el control ciudadano, respaldados por regímenes antioccidentales en Moscú, Teherán y Beijing. Son virtualmente indistinguibles de los anteriores caudillos de la derecha.

Hay una mejor manera. Se necesita con urgencia una campaña pública para poner fin a la persecución religiosa en Nicaragua, comenzando con la liberación inmediata de sacerdotes y figuras religiosas injustamente encarcelados. Como primer paso, ante la ausencia de un representante papal en Managua, el Vaticano debe designar inmediatamente un representante especial para llevar a cabo las discusiones e insistir en un diálogo significativo.

En segundo lugar, la Iglesia debe elevar el perfil de Monseñor Álvarez, destacando su injusto encarcelamiento y reafirmando el apoyo y solidaridad de la Iglesia con su causa. Al hacerlo, también ayudaría a proteger su integridad física durante su encarcelamiento con criminales peligrosos en una nueva y terrible parte de La Modelo etiquetada descriptivamente como “El infiernillo”.

Tercero, Ortega y Murillo deben enfrentar la disciplina de la Iglesia. Se casaron en una iglesia católica en 2005 y ambos afirman observar los dictados de la fe, pero sus actos cada vez más depravados e impenitentes contra la Iglesia y el pueblo nicaragüense desmienten sus votos a la fe católica. Eliminar a los apóstatas de la comunidad es inherentemente bíblico y ofrecería a los fieles la esperanza de que prevalecerá la justicia final.

Finalmente, como lo hizo durante la era de las dictaduras de derecha en América Central, el Vaticano debe promover una vez más mayores esfuerzos dentro de la Iglesia global y sus órganos relevantes y también a través de los nuncios con los gobiernos de los Estados Unidos, Europa y América Latina. Es justo y necesario condenar los abusos de los derechos humanos en Nicaragua, exigiendo la plena restauración de las libertades religiosas, así como derechos civiles más amplios que el pueblo de Nicaragua merece, pero que se le siguen negando.

El diálogo, la diplomacia y la paciencia —pensamientos y oraciones— están garantizados para el pueblo de Nicaragua, pero también lo están las acciones concretas que aborden los abusos en curso. Ya es hora de que los fieles, comenzando con el Vaticano, presionen a OrMu para alcanzar un verdadero alivio para la situación del pueblo de Nicaragua.

Eric Farnsworth trabajó en asuntos del Hemisferio Occidental en la Casa Blanca durante la década de 1990; también es un ex oficial de la Oficina de Asuntos de Nicaragua en el Departamento de Estado. Arturo McFields Yescas es periodista y ex embajador de Nicaragua ante la Organización de los Estados Americanos.